Siempre (o no siempre, pero sí a veces, y hoy desde luego) hablamos de nuestra falta de talento artístico. No hemos nacido para la danza, pues hay ciertas leyes físicas que se nos quedan lejos; la pintura y la fotografía y el cine se acercan sólo en la medida que aceptan un poco más la palabra, la frase, el sonido. El teatro es el cielo al que aspiramos y la escritura, el purgatorio del que venimos.
Y la grandilocuencia uno de nuestros mayores pecados. Así empezamos.
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